lunes, 18 de noviembre de 2019

Me hace gracia mi contraseña. En general las contraseñas que utilizo. Si hago un poco de historia, y algo de esfuerzo, voy recordando casi todas.

 Esas combinaciones de letras y números que a lo largo del tiempo he ido usando, vienen a resultar un miniesquema de mi historia. Parte al menos de mi historia. Palabras y cifras que en el momento en  el que las establecía o actualizaba definían algo importante para mí. Algo que no olvidaría, precisamente por eso. 

Las contraseñas fueron caducando, y hoy me doy cuenta de que también iban caducando los momentos.

Poner una contraseña es, o yo así lo veo, como poner un título al momento en el que estoy. Es como intentar definirme. Por eso no me gusta cuando en algún sitio te obligan a que contenga al menos un determinado número de caracteres y que al menos algunos sean símbolos, mayúsculas y números. 

Prefiero poner yo las condiciones. Es parte de mi carácter. Mi contraseña es símbolo de mi personalidad. Define con letras grandes lo que me interesa en ese momento, al menos un interés.

Aunque a veces también el azar juega su parte, pero cuando las dejo al azar, me olvido fácilmente.

Imagen de Michael Schwarzenberger en Pixabay

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