lunes, 9 de diciembre de 2019

SALIR A LA CALLE




Abro la puerta del portal y el frío me saluda.  Es curioso el olor de la ciudad en invierno, es olor a aire libre, de ciudad, pero no menos aire y menos libre, a pesar de estar contaminado.

Salir a la calle, aunque sea en esta ciudad en la que ahora vivo, de nuevo, es el ritual diario que me conecta con la naturaleza. Muy distinta de esa otra naturaleza de árboles castaños, y rios de granito y agua fría. Es la naturaleza que le hemos construido a esta ciudad de la periferia de otra ciudad aún más grande.

Los árboles guardan distancias repetitivas  con farolas que en algún momento, alguien, decidió que para que fueran más artísticas dejarían de tener forma de I y serían reemplazadas por otras  con forma de S. Los arbustos se alinean en las medianas y los plantones de flores circunvalan las rotondas en las que hace mucho pusieron fuentes.

Paseo tranquila sin dirección concreta, mezclándome con algunos que caminan solos, algún grupo de chavales con capucha encima de la gorra, alguien que vuelve de la compra, los que miran los escaparates de las tiendas de segunda mano o de los chinos y descubren tesoros, generalmente de plástico.

 Busco algún resquicio por el que descubrir quiénes juegan a las máquinas tragaperras o la ruleta en las casas de apuestas, pero esos escaparates no son para que se vea lo que pasa dentro. Los locales son máquinas del tiempo, y no debe ser visto lo que ocurre. Desisto.

Me sienta bien el frío de estos paseos de salir a la calle, que son distintos del salir a la calle para ir a algún otro sitio que no sea salir a la calle . Mover las piernas y la cadera con plena libertad, escuchar el ruido de los coches que ahora es menos ruido. Pillar al vuelo conversaciones intranscendentes de los transeuntes. No me es necesaria la música ni bailar break dance para saber que mi cuerpo anda disfrutando de esta tonta libertad de caminar sin rumbo por la aceras de un lugar mejorable, pero que desde hace poco he aprendido a disfrutar  tal y como es.  Sin pedirle que se convierta en otra cosa, que no puede (o no le dejan)

Y resulta tan extraño. Esta ciudad que me desquiciaba, de repente se ha vuelto balsámica, incluso por momentos, silenciosa.






Imagen de Pexels-en Pixabay